Kumbh Mela - Un viatge espiritual multitudinari

Escrito por Diario Ari

Peregrinos de todos los rincones de la India emprenden viajes que duran días, amontonados en autobuses y trenes desbordados. La etapa final del trayecto la realizan en pequeños vehículos de pedales conocidos como ‘rickshaws’ o, en algunos casos, a pie. Para ellos, lo importante es llegar a destino, no cómo llegar.

En sus rostros se reflejan la devoción, la curiosidad y la esperanza. Esta peregrinación, arraigada en la leyenda y la historia hindú, representa para ellos una profunda experiencia de fe, un anhelo de alcanzar el moksha: la liberación del inquebrantable ciclo de vida, muerte y renacimiento. Sus destinos son el Triveni Sangam, la sagrada confluencia de los ríos Ganges, Yamuna y el mítico Sarasvati, que se cree posee un poder divino, purificando el alma cada vez que uno toca su agua. En medio de la multitud, se destaca una mujer que, habiendo regresado desde California, se entrega por completo a la mística del Maha Kumbh Mela, el mayor festival religioso del mundo, que atrae a millones cada doce años en este punto de encuentro de los ríos más venerados del norte de la India. Aquí, los diversos grupos del hinduismo se reúnen, fundidos en un fervor común.

Un joven, Karan, de 22 años, comparte cómo hizo una pausa en su vida para sumergirse en esta ciudad temporal de rituales, buscando “claridad en su camino espiritual” que lo llevará hacia una vida monástica o un nuevo propósito. Mientras algunos asistentes acomodados y urbanos participan del festival, la mayoría de los peregrinos son campesinos y aldeanos de los rincones más remotos de la India—hombres que cargan mochilas y niños, mujeres con bebés arrullados a sus espaldas. Para muchos, este es su primer—y tal vez único—viaje fuera de las fronteras de sus pueblos. Vienen en busca de bendiciones, sin preocuparse de a dónde pasarán la noche. Este Kumbh Mela es considerado aún más auspicioso, pues la rara alineación de Júpiter y el Sol en Acuario—un fenómeno que solo ocurre cada 144 años—presagia iluminación, transformación y purificación.

Los orígenes del Kumbh, como relatan los Puranas, los textos sagrados hindúes, nacen del mito del pote inmortal de néctar, amrita, sobre el cual los dioses y demonios libraron una feroz batalla. Para proteger el preciado néctar, Jayant, el hijo de Indra, lo derramó en cuatro lugares sagrados: Prayagraj, Haridwar, Ujjain y Nashik-Trimbakeshwar, donde se celebra el mela. En Prayagraj, los lechos de los ríos Ganges y Yamuna se transforman en una metrópolis temporal, una reunión fugaz que solo aparece una vez cada doce años. Este evento sagrado emerge solo después de que las inundaciones del monzón retroceden y la tierra se seca, revelando una vasta extensión capaz de albergar a decenas de millones de peregrinos en 4,000 hectáreas.

Miles de tiendas se erigen para albergar a los miles que llegan con la esperanza de sumergirse en las aguas sagradas y participar en los rituales que se extienden durante un mes entero. Cada faceta del hinduismo se manifiesta aquí, desde los vaishnavas hasta los shaivitas, desde los yoguis hasta los ascetas, cada secta aportando sus prácticas únicas a los templos improvisados que se levantan en su honor. Barberos, barqueros y comerciantes pueblan esta ciudad transitoria, mientras los políticos hindúes aprovechan el momento para avanzar en sus propias agendas. El aire vibra con el eco de mantras y actos religiosos amplificados por altavoces, donde lo sagrado y lo político se fusionan en una mezcla embriagadora de nacionalismo y devoción.


El festival comenzó en la noche entre el 13 y el 14 de enero, con el primer Shahi Snan (baño real) marcando la apertura ceremonial del Maha Kumbh Mela. Bajo la luna llena, los Naga Sadhus—guardianes de la fe y guerreros de la tradición—emprendieron su legendaria marcha hacia el Sangam. Ataviados con poco más que cenizas esparcidas por sus cuerpos desnudos, se dirigieron con determinación hacia la sagrada confluencia, siendo recibidos por la mirada reverente de cientos de miles. Los teléfonos se alzaron, las manos se unieron en oración, mientras la multitud observaba asombrada, muchos extendiendo la mano para tocar la tierra donde los Naga Sadhus habían caminado, creyendo que estaba bendecida por sus huellas sagradas. Para estos Sadhus, el Kumbh Mela representa un momento de gloria incomparable. Habiendo renunciado a todas las posesiones mundanas, se erigen como encarnaciones vivientes de la fe, manteniendo el legado espiritual del hinduismo.

Tras los Naga Sadhus, otros hombres santos son desfilados en carrozas, cruzando puentes improvisados sobre el Ganges, ofreciendo bendiciones a los devotos que vitorean su paso. El aire se llena de fervorosa devoción mientras los peregrinos responden con gritos de alegría y gratitud. En el Sangam, la fe deja de ser un concepto abstracto y se convierte en una presencia tangible y viva. Algunos se bañan en silencio meditativo, sin ser tocados por la agitación que los rodea; otros, sobrecogidos por la alegría, se revuelcan en las aguas, abrazando el momento sagrado con abandono. Las mujeres realizan rituales, ofreciendo incienso, leche y flores, sus oraciones susurradas al aire, buscando purificar sus almas y reconectarse con lo divino. Es un espectáculo de devoción, una rendición colectiva a una fuerza tan vasta que solo puede ser sentida y abrazada, nunca completamente comprendida. La atmósfera humilla, atrayendo a todos los presentes hacia un sentido compartido de unidad con lo eterno, lo infinito.

Durante seis semanas, la sagrada confluencia de los ríos Ganges, Yamuna y Sarasvati servirá como el corazón de la India, albergando el mayor encuentro pacífico del mundo. En cada fase de la luna, un nuevo baño sagrado convocará a millones de devotos al Sangam, la convergencia de sus fes representando una oportunidad para la purificación personal y la renovación espiritual. Sin embargo, estos momentos de devoción también traen consigo caos y vulnerabilidad. La magnitud de las multitudes—que se extienden por cientos de metros—genera una intensidad palpable, a veces desatando pánico y peligro. El 29 de enero, durante el segundo día del baño sagrado, una estampida cobró trágicamente 30 vidas, según cifras oficiales, con muchos otros heridos. Lo que comenzó como una celebración se transformó, por un breve momento, en tragedia. Con millones de personas convergiendo en un solo lugar, los riesgos son inevitables, lo que provoca una reflexión sobre la frágil frontera entre la devoción y la logística de un evento de tal magnitud.


Para el gobierno indio, la gestión del Maha Kumbh Mela va más allá de la logística; se ha convertido en un acto con una profunda carga política. Bajo el liderazgo del primer ministro Narendra Modi, el evento se ha utilizado como plataforma para reforzar su narrativa nacionalista hindú. En 2018, el gobierno del Bharatiya Janata Party (BJP) decidió cambiar el nombre de Allahabad a Prayagraj, un gesto cargado de simbolismo en un contexto de creciente polarización religiosa que afecta particularmente a la comunidad musulmana. Este cambio, junto con otras políticas, ha sido interpretado como un esfuerzo por reconfigurar la identidad de la India, un intento de borrar las huellas de su legado islámico para consolidar una visión más homogénea del país, estrechamente vinculada a los valores hindúes.

Así, Modi se erige no solo como el líder de la nación, sino como el arquitecto de una visión nacional que se entrelaza con los valores más profundos del hinduismo. “Modiji es como un padre, en nuestra familia”, me dice un hombre de origen gujarati que llegó al Kumbh Mela con su familia. “India necesita un hombre con este liderazgo, con esta visión, que realmente se preocupa por nuestros valores religiosos. Al final, todos venimos aquí por algo más grande, por una devoción magnética que fluye en estas aguas, que parecen trascender el tiempo y el espacio”.

Sin embargo, lo que muchos no se preguntan, inmersos en la marea de fervor y fe, es si este proceso de consolidación y reafirmación de una identidad hindú unificada, lejos de unir al país, podría terminar acentuando las fracturas internas. En una nación marcada por su vastísima pluralidad religiosa y cultural, el desafío de equilibrar el ardor de la fe con la cohesión social se perfila como uno de los mayores dilemas para el futuro de este país, el más poblado del mundo.


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