Por la carretera con los espíritus libres de Iran

Escrito per PAPEL - El Mundo Magazine - 13 Noviembre 2016 - Shiraz, Iran

¿Dónde vamos?

-No lo sé.

-¿A qué te refieres?

-A que no hay destino, hermano. La carretera es el camino y es la gente lo que la vuelve interesante.

Ako y Reza están a punto de lanzarse de nuevo a la carretera. Se conocieron hace unos meses, haciendo autostop por Irán, mientras buscaban la libertad que ansían desde hace mucho tiempo.

Hace dos años, Ako era un estudiante de Sociología de la Universidad de Teherán. Pero, con el paso del tiempo, empezó a hastiarse de la rutina en que se había convertido su vida. Abandonó su apartamento, vendió su coche y se deshizo de todas sus pertenencias. Decidió buscar la esencia de la vida. Ahora, Ako es un explorador a tiempo completo. Viaja sin parar por todo Irán. Quiere consagrarse como un auténtico narrador. Y lo está consiguiendo: sus fotos y sus crónicas de viaje ya tienen más de 24.000 seguidores en Instagram.

«Iremos donde la carretera nos lleve», dice sonriendo, vestido con una camiseta amarilla de Bart Simpson, al grupo de amigos que va a acompañarle en su nuevo viaje. Hay ocho personas en el equipo, chicos y chicas de todo el país. Algunos son amigos desde hace mucho tiempo; otros se han conocido a través de Instagram, fascinados por las historias de viajes de sus compañeros. Los chicos escriben sus nombres en varios trozos de papel, los doblan y los eligen al azar para crear tres equipos de autostop. A finales de la mañana, se echan a la carretera.

El grupo conoce a gente de lo más diversa en sus viajes. En muchos casos, los conductores que les recogen son muy distintos a ellos. Los viajeros son conscientes de que forman un grupo privilegiado, radicalmente alejado del resto de ciudadanos de su país. Internet y las redes sociales han inoculado los pilares de la cultura global en sus vidas y han moldeado su visión de la realidad y su estilo de vida.

Pese a la censura del gobierno sobre los blogs, las redes sociales y las televisiones extranjeras, que se exacerbó tras la Marea Verde que sacudió el país en 2009, el impacto de los medios ha acelerado una transformación sin precedentes en la juventud iraní. Esta generación creció en la posguerra del conflicto entre Iraq e Irán, cuando las imágenes de los héroes de la guerra aún ocupaban las fachadas de los principales edificios del país. Mientras tanto, el revisionismo cultural ha transformado cada aspecto de la sociedad iraní.

La primera noche de su viaje, los jóvenes acaban en Ghalat, una pequeña ciudad cerca de Shiraz que se ha vuelto popular porque sus habitantes cultivan marihuana de forma tradicional, pese a la prohibición del gobierno. Junto a una montaña, se unen a otros viajeros alrededor de una fogata, se lían unos porros y beben unos tragos de arak, un áspero licor local que puede encontrarse, aunque de forma ilegal, en casi todo Irán.

De cara. «No tememos a la Policía», dice Reza, ex estudiante de ingeniería en Tabriz (al noroeste de Irán), que luce barba y camiseta granate. «Nos han detenido otras veces, pero no dejaremos de vivir como queremos por miedo -sonríe-. Mi madre quería que consiguiera un buen trabajo y que formara una familia, pero no estoy listo para eso. Lo único que quiero es vivir experiencias reales en esta vida».

Al día siguiente, los chicos están en la carretera de nuevo. Enseñan sus pulgares a desconocidos, que de inmediato frenan y les ayudan en su viaje. Hacer autostop es extremadamente fácil en Irán. El único problema es que algunos conductores reclaman una propina a cambio del trayecto. Pero Ako y sus amigos les responden de inmediato que no tienen dinero. «De esta forma, conectamos con la gente aún más», explica. «Entienden que no tenemos nada que perder, así que se unen a nosotros o nos invitan a sus casas».

Esa misma noche, el grupo acaba en Shiraz y pasan un rato en la tumba de Hafez (1325-1389), un célebre poeta persa. Consiguen unas botellas más de arak justo a las afueras del cementerio e improvisan una fiesta en casa de alguien. Dentro de la casa, las chicas se quitan sus velos, a veces lucen ropa distinta y bailan como si el mañana no existiera.

Ako acaba besando a la ex novia de uno de sus amigos, que la ha engañado hace unas semanas con otra chica en uno de sus viajes. Ninguno de los viajeros se enfada. «Estamos aquí para repartir el amor», dice Ako.

Las nuevas generaciones rechazan con gran fuerza las señales de la Revolución Islámica, aún ubicuas en Irán. Son el reverso de sus padres, muchos de los cuales combatieron en la Revolución de 1979 y creían genuinamente en su causa: algunos sólo al principio, algunos durante unos cuantos años. Pocos habrían imaginado entonces que, un día, se arrepentirían de haber derrocado al gobierno del Sha para sustituirlo por los ayatolás.

Desde aquella revuelta, la historia antigua del país se ha filtrado a través de una lente revolucionaria, como si las ideas del ayatolá Jomeini, líder supremo entre 1979 y 1989, constituyeran la identidad del país desde entonces. Esta retórica, sin embargo, apenas ha permeado en los iraníes de clase media, que guardan un gran respeto por las tradiciones preislámicas del imperio persa, que en los tiempos de la Dinastía Aqueménida (siglo VI a.C.) dominó la meseta central de Irán y gran parte de Mesopotamia.

Muchos jóvenes se declaran ateos, simpatizan con la ancestral religión del zoroastrismo y el misticismo sufí y muestran un creciente interés por el yoga y la meditación. Allí donde la mirada orwelliana del sistema no alcanza, surge una realidad alternativa paralela, con otros valores y reglas dominantes. En privado, la cultura real del Irán metropolitano y contemporáneo se desarrolla, permeable a influencias orientales y occidentales, abierto al cambio y hambriento de diversidad.

Ako y sus amigos encarnan este estilo de vida, pero su rebelión personal no tiene nada que ver con el panorama político de Irán. Su necesidad de libertad es más espiritual. Es un hambre por la vida y por el conocimiento.

Mientras avanzan por la carretera, los viajeros se enteran de que hoy se celebra una boda en una región poblada principalmente por nómadas Qashgai, de raíces turcas. Empujados por la curiosidad, viajan hasta el lugar del enlace. Enseguida hacen amigos, que les invitan a la cena. Luego a que se unan a los bailes tradicionales.

Sus movimientos desinhibidos animan la fiesta y generan curiosidad entre los jóvenes locales. Pero el padre de la novia se enfada y decide apagar la música. Poco después, los bailes tradicionales empiezan a sonar de nuevo lentamente. Ako empieza a reírse y susurra a Reza: «Les enseñamos a bailar. Ahora pueden volver a su festín de bostezos».


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